Alberto Giacometti, 1960. Bronce. 270.5 x 30.5 x 55.9 cm. Norton Simon Art Foundation.
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A diferencia de otros escultores, Giacometti no comenzaba trabajando sobre una gran masa de material para ser devastada posteriormente y encontrar así la forma oculta en su interior, sino que comienza con un armazón metálico sobre el que añade arcilla, y posteriormente hace el vaciado en bronce. Singular estilo y técnica que permitieron a Giacometti mantenerse alejado de los estilos artísticos dominantes después de la II Guerra Mundial.
Esta figura escuálida y monumental, de superficie toscamente picada y textura áspera, irradia una fuerza obsesionante. A través de su forma alargada y carente de naturalidad, la escultura significa la soledad y la separación absoluta entre nosotros y nuestros semejantes, a la vez que subraya nuestra fragilidad y la naturaleza efímera de la existencia humana.
Sin embargo, pese al hieratismo de la figura y a su aspecto calavérico hay algo que anima al espectador para desear tocarla, como si estuviera viva, y esto, según Giacometti, se debe a la mirada de la escultura. Las palabras de Giacometti ayudan a comprender mejor la concepción de su arte: “ Un día, mientras dibujaba una joven, me di cuenta de que la única cosa que permanecía viva era su mirada. El resto de su cabeza no significaba para mí más que una calavera. Uno quiere esculpir una persona viva, pero lo que hace le hace vivo sin duda es la mirada... Todo lo demás es solo el marco para la mirada.”